13 de abril de 2010
«Ya en el siglo XIX el fisiólogo Karl Vogt afirmaba que el cerebro humano segrega pensamiento como el estómago jugo gástrico, el hÃgado bilis y el riñón orina.» Nolasc AcarÃn Tusell («El cerebro del rey»)
Me he levantado temprano. Me he lavado. Da mucha pereza pensar en dormir 5 horas. Anoche miraba el reloj con terror. Ahora me siento bien, sienta bien levantarse temprano. Incluso he encontrado un hueco para dejar un mensaje aquÃ. Ventajas del déficit en sueño.
Sobre la mesa me he encontrado con el teléfono inalámbrico. Llevaba toda la noche allà y debe estar hambriento. Lo dejo caer sobre su base y un agradable «beep» me indica que empieza a alimentar sus baterÃas.
También estaban sobre la mesa los dos teléfonos móviles. Recuerdo que ayer estaban cortos de energÃa y los voy uniendo minuciosamente a los extremos de los cables de sus alimentadores. «Tenéis media hora, alimentaos tranquilos.»
Pongo el dedo unos segundos sobre la fuente de alimentación hasta que me saluda con otro pitido, no tan agradable. Un poco más arriba un cubito negro espera también mi dedo para que sus seis pilotos verdes empiecen a danzar hasta queda exhaustos y quietos. Emite otro beep agradecido.
Alzo el cuerpo y destapo la gran caja negra para acceder a ese interruptor que lo hace saltar de alegrÃa. Lo pulso con intensidad y la pantalla comienza emitir destellos. He olvidado desconectar el disco usb y recuerdo que entonces el arranque se paralizará. Lo desconecto y busco el botón de reinicio.
«Ubuntu, ubuntu, ubuntu, …» me saludan los núcleos y debo pulsar la flecha abajo hasta encontrar el «Windows XP».
La electricidad recorre rauda miles de metros de pistas de cobre, ceba infinidad de condensadores, satura millones de transistores y la vida inicia un nuevo ciclo cotidiano.
Despertares digitales…
6 de agosto de 2008
No me resultar fácil escribir esto. Aún me da cierta sensación de vergüenza. Pero es bien simple.
«Me gusta tomar una copilla de vez en cuando»
No es para tanto, pero me sigue causando la misma sensación el afirmarlo.
Allá de chaval incluso tuve época abstemia. Los combinados y su glamour tuvieron la culpa de que acabase. Me encantaba como sonaba eso de «Bloody Mary» o «Tequila Sunrise». No me gusta lo dulce en exceso y de ahà al «Clavo Mohoso» made-in Chicho.
Luego fue la época «ron», Ron «Negrita», y todo terminó en blanco «Bacardi». Aún lo practico, es el que mejor trata mi estómago y se lleva bien con la cola, un poco dulce y bien ácido por varias rodajas de limón.
Bueno, esto de beber es bastante estacional. Hubieron temporadas estivales «tinto con casera» y rachas «medianitos» (we will never forget you «Eclipse»). También estuvieron los dÃas de radio, dÃas de mosto y moscatel.
Si vuelves la vista atrás no resulta difÃcil identificar un periodo de tu vida con lo que bebÃas o dejabas de ingerir.
Me sigue gustando. No lo niego. Está unido a mi cultura, me relaja, me ayuda a evadirme. No siempre encontramos la medida (una pena no tenerte cerca Escohotado), pero volvemos al infinitivo una y otra vez. PodrÃa citar muchos episodios de mi vida Ãntimamente ligados al beber. No es beber por beber, es beber por vivir.
Pero no era de esto de lo que pensé escribir.
La idea era la sensación. He cenado fuera, con un amigo. No ha estado mal: champiñones a la plancha, mejillones al vapor con laurel y vino (creo), almejas y un poco de solomillo. Un rico vino tinto, a pesar del verano y del calor.
Me ha sentado increÃble el vino. Me ha situado donde a todos nos gusta estar. Esa absurda sensación de que las cosas encajan, de que tu mente avanza rápido y tu lengua es capaz de pronunciar lo que habitualmente torpemente balbuceas. Incluso he llegado un poco más allá, esa sensación de falsa euforia. Y a pesar de la conciencia de que el vino me maneja, me siento feliz.
He disfrutado enormemente. He sonreÃdo, he hablado con intensidad y sentimiento. Liberado de mi mismo.
Tan fácil, una buena cena y tres copas de vino. Lo habrás sentido muchas veces tal y como yo.
Ya lo decÃa Waits. El piano bebió, él no.
PD: Otro dÃa, cuando se me olvide esta agradable sensación, os cuento los malos momentos pasados por culpa de «una copa de más». O mejor no.