5 de enero de 2009
Pues si que es un momento sublime, construido únicamente con azúcar, harina, canela, huevos y nata montada.
Cuando era pequeño, y en mi pueblo habÃa tren, durante los viajes al médico de la capital habÃa un señor que vendÃa mostachones mientras el tren avanzaba con su parsimonioso traqueteo. Con tan desagradable destino, mi madre no podÃa negarse a comprarme un mostachón. Imposible olvidar el olor, el sabor y la textura de aquellos mostachones que no querÃan desprenderse del papel que les servÃa como base de horneado y como envoltura. Hermosa batalla era aquello de comerte el mostachón. Con suerte ibas arrancando el bizcocho a pellizcos y luego utilizabas la boca para hacerte con los restos, arrastrando la nariz sobre el papel y los restos del bizcocho. Um…
Éstos, puestos al dÃa con nata, tiernos y dulces también merecen la pena, aunque se perdió la miel. Nunca olvides parar en Utrera si pasas cerca y tampoco estarÃa mal que te acordases de mi. Je, je, …
6 de agosto de 2008
No me resultar fácil escribir esto. Aún me da cierta sensación de vergüenza. Pero es bien simple.
«Me gusta tomar una copilla de vez en cuando»
No es para tanto, pero me sigue causando la misma sensación el afirmarlo.
Allá de chaval incluso tuve época abstemia. Los combinados y su glamour tuvieron la culpa de que acabase. Me encantaba como sonaba eso de «Bloody Mary» o «Tequila Sunrise». No me gusta lo dulce en exceso y de ahà al «Clavo Mohoso» made-in Chicho.
Luego fue la época «ron», Ron «Negrita», y todo terminó en blanco «Bacardi». Aún lo practico, es el que mejor trata mi estómago y se lleva bien con la cola, un poco dulce y bien ácido por varias rodajas de limón.
Bueno, esto de beber es bastante estacional. Hubieron temporadas estivales «tinto con casera» y rachas «medianitos» (we will never forget you «Eclipse»). También estuvieron los dÃas de radio, dÃas de mosto y moscatel.
Si vuelves la vista atrás no resulta difÃcil identificar un periodo de tu vida con lo que bebÃas o dejabas de ingerir.
Me sigue gustando. No lo niego. Está unido a mi cultura, me relaja, me ayuda a evadirme. No siempre encontramos la medida (una pena no tenerte cerca Escohotado), pero volvemos al infinitivo una y otra vez. PodrÃa citar muchos episodios de mi vida Ãntimamente ligados al beber. No es beber por beber, es beber por vivir.
Pero no era de esto de lo que pensé escribir.
La idea era la sensación. He cenado fuera, con un amigo. No ha estado mal: champiñones a la plancha, mejillones al vapor con laurel y vino (creo), almejas y un poco de solomillo. Un rico vino tinto, a pesar del verano y del calor.
Me ha sentado increÃble el vino. Me ha situado donde a todos nos gusta estar. Esa absurda sensación de que las cosas encajan, de que tu mente avanza rápido y tu lengua es capaz de pronunciar lo que habitualmente torpemente balbuceas. Incluso he llegado un poco más allá, esa sensación de falsa euforia. Y a pesar de la conciencia de que el vino me maneja, me siento feliz.
He disfrutado enormemente. He sonreÃdo, he hablado con intensidad y sentimiento. Liberado de mi mismo.
Tan fácil, una buena cena y tres copas de vino. Lo habrás sentido muchas veces tal y como yo.
Ya lo decÃa Waits. El piano bebió, él no.
PD: Otro dÃa, cuando se me olvide esta agradable sensación, os cuento los malos momentos pasados por culpa de «una copa de más». O mejor no.