Mi regalo de bodas
El pasado lunes a esta misma hora, poco menos, salÃamos del concierto de Wedding Present a la húmeda realidad de las calles de Cádiz. Atrás quedaban la urgencia juvenil de los viejos clásicos acelerados, su pop académico y cariñoso, el rock ruidoso de los tiempos difÃciles. Y caminabamos satisfechos, al menos en mi caso, hacia cualquier bar abierto donde tomar un par de cervezas. Urgencia de pegamento emocional etÃlico con el que fijar las imágenes y sonidos de la actuación. Acabamos en uno, con pinta «Erasmus», muy juvenil, muy actual, repleto en su exiguo tamaño con poco mas de 20 personas. Un poco de queso manchego y jamón serrano y una intermitente conversación con los amigos que no ves muy a menudo.
Si siendo joven me hubiesen hablado de los conciertos que iba a ver de adulto ?¿)?%»^¿?, estoy seguro que no lo habrÃa creido. Yo nunca debà ver a Go-Betweens, ni Stooges, ni a John Cale, ni Cramps, ni REM, ni ese largo etcétera de los últimos 10 o 15 años. Han sido unos cuantos, inesperados, intensos, subyugantes encuentros con los Ãdolos musicales de los tiempos mozos. Y ellos, al igual que yo, habÃan envejecido, pero no por ello dejé de disfrutarlos en lo más profundo. Si, ya no somos los mismos, pero nos queda cierto espitirtu común, un cierto rescoldo de… rock’n’roll.
Por eso ver a los Wedding Present fue maravilloso. No debà haberlos visto. No correspondÃa. Una jugada del azar. Cosas que no deberÃan haber ocurrido. AnomalÃas en el espacio tiempo, tan poco probables, como el hecho de recibir, en mi caso, un regalo de bodas.